La suerte en el ajedrez (VI)
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La suerte en el ajedrez (VI)
El ajedrez es un juego tan complicado que, en parte, se juega solo. Juega él mismo, se desarrolla por su cuenta, más allá de la voluntad o el deseo de los rivales. El buen jugador es aquel que menos interfiere con este juego autista, este "solitario" con que la diosa Caissa ameniza sus aburrimientos.
Pero ¿qué tiene que ver esto con la suerte?
Muchas veces me pasa de hacer una jugada casi sin pensar, por intuición, o bien, creyendo que con ella consigo alguna pequeña ventaja, para luego descubrir, una vez hecha, que en realidad se trata de una jugada aniquiladora, que no deja esperanzas al rival. Es como arrojar algo que tenemos en el bolsillo, un bulto que suponemos una piedra, y sorprendernos con la explosión que causa al impactar contra el objetivo. No, no era una piedra: era una bomba Molotov.
Por supuesto, a veces también esta piedra la arroja el rival, y el que explota por los aires somos nosotros.
Se trata de otro de los disfraces del azar.
En uno de los Memorial Capablanca, legendario torneo celebrado en La Habana, el comentador Ludek Pachman explicó por qué una competencia tan pareja se desequilibró a favor de Korchnoi: "Cuando los participantes están todos al mismo nivel, siempre se necesita suerte para hacerse con el primer puesto, y es un viejo principio, avalado por la experiencia, que en los torneos... o se tiene suerte, o no se la tiene. Es muy raro que la fortuna oscile aquí y allá entre los tableros."
Bueno, sí, pero, si lo pensamos bien, la suerte no se tiene. Es al revés: la suerte nos tiene a nosotros. Pero sólo durante una "racha" más o menos breve. Luego, nos suelta y agarra a otro. Nadie "tiene" suerte. Eso es una presunción vana.
Me gusta la cábala de Ernst Hemingway. Este escritor escribía en los cafés, en una libreta, con un lápiz ordinario y un sacapuntas a mano. Y algo más: una pata de conejo en el bolsillo. Decía que, además de aquellos útiles previsibles en su oficio, para escribir hacía falta buena suerte. Buena suerte era, para él, poder meterse dentro del relato, internarse en lo que escribía. En cambio, la mala suerte era, por ejemplo, que alguien entrara al bar y lo distrajera. O que no diera con las frases justas...
En el ajedrez, y a ritmos rápidos especialmente, sólo podemos analizar las variantes con una profundidad muy limitada. Digamos, 2 jugadas más allá, en las situaciones normales, y 3 o 4 en las encrucijadas críticas. Bueno, esto no está para nada mal: Don Miguel Najdorf confesó que ése era su nivel de análisis habitual, y que dejaba un amplísimo margen para la intuición y el riesgo. (Él confiaba en que las buenas jugadas irían "apareciendo" sobre la marcha.) Es muy extenso nuestro lado ciego en el ajedrez, esa zona que no podemos ver, que escapa a nuestro campo visual. Y me apresuro en subrayar que no sólo es una limitación humana: a las "máquinas" también les ocurre. Deben "podar" el árbol de búsqueda. Desechar posibles variantes, descartarlas de antemano. Esas ramas podadas, y las incontables sub-ramas que se ramifican más allá del "horizonte" (el límite de profundidad de análisis), constituyen el gigantesco lado negro de los motores.
No sé si es verdad que existen tantas partidas posibles como átomos hay en nuestra galaxia... Pero sí es cierto que, son tantas, que para humanos y máquinas cuentan como una infinidad. ¿A qué voy con esto?
A lo siguiente: En la partida de ajedrez, nos "quedan" posiciones buenas o malas. Es lo más común: desembocar en una situación imprevista, mejor dicho: imprevisible. Una posición que estaba oculta en el Lado Ciego. Y, ¡oh casualidad! esa situación, de pronto, nos es favorable o desfavorable. Por ejemplo: vamos a parar a un final de alfiles, y resulta que los peones del rival han quedado en casillas del mismo color que el nuestro, mientras que los peones propios están a salvo. ¿Hemos entrevisto esa ventaja N jugadas antes? No, admitámoslo. O bien, descubrimos que los posibles saltos del caballo rival, ¡vaya coincidencia malévola!, caen todos sobre los peones aislados de nuestra caótica estructura...
Ya oigo las objeciones: "Yo, ayer nomás, vi de lejos que el final me sería favorable, así que cambié piezas y... El mérito es mío, no fue buena suerte." Por supuesto que eso también ocurre. Lo que digo es que, ver algo, o entreverlo, nos imposibilita de ver otra cosa. Si vemos algo, es que somos ciegos a otra cosa. Algo siempre se nos escapa. Es como esa Ley de Murphy que dice: "Para limpiar algo, hay que ensuciar otra cosa."
Sí, muchas veces nos "quedan" posiciones ganadoras o perdedoras. Lo mismo le pasa a Rybka... Claro está, después de la partida entre humanos, el ganador se atribuirá haber visto, de lejos, estas presuntas casualidades. No sólo eso: se adjudicará el mérito de haberlas generado él mismo. Sí claro: nos habla un dios omnisciente.
Por todo lo dicho, habría que calcular cuál es el verdadero margen de azar en el ajedrez. Los espíritus burgueses sostienen que ninguno o casi cero. Para ellos, como dije el otro día, todo es "mérito" o "culpa" del jugador (sí, en singular, como si jugara solo). No. El cálculo debe hacerse en función del Lado Ciego. ¿Cuál es la proporción entre la zona ajena a nuestro campo visual y aquella que cae en él? Si digo 50/50, sólo me ganaré tomatazos y abucheos. Así que reduzcamos el porcentaje a la mitad: un %25 de azar.
Corolario: los buenos jugadores no son los que ven más, sino los que saben contrarrestar mejor los malos efectos del azar, así como potenciar los golpes de buena fortuna. Los buenos jugadores no siempre tienen suerte (Capablanca): a veces tienen mala suerte, ¡pero saben disimularlo!
Igual que en el póquer.
Una vez le preguntaron a Carlsen qué piensa cuando hace aquellas jugadas que lo caracterizan, ésas con que suele ganar. Dijo que no puede explicarlo. Que sólo hace jugadas que le gustan, que le parecen buenas. No tiene muy en claro en qué radica la fuerza de esas jugadas, ni durante ni después del juego. Está claro que Carlsen podría ser un gran jugador de póquer. Y (para terminar con este asunto) señalo un detalle curioso: no es para nada raro que los jugadores de ajedrez sean también tahúres. ¿No han notado que en los clubes de ajedrez hay mesas también para los que se "pasan" a las cartas? Alternan blitz con bridge...
Bueno, los dejo. Me tengo que ir a jugar al truco.
Pero ¿qué tiene que ver esto con la suerte?
Muchas veces me pasa de hacer una jugada casi sin pensar, por intuición, o bien, creyendo que con ella consigo alguna pequeña ventaja, para luego descubrir, una vez hecha, que en realidad se trata de una jugada aniquiladora, que no deja esperanzas al rival. Es como arrojar algo que tenemos en el bolsillo, un bulto que suponemos una piedra, y sorprendernos con la explosión que causa al impactar contra el objetivo. No, no era una piedra: era una bomba Molotov.
Por supuesto, a veces también esta piedra la arroja el rival, y el que explota por los aires somos nosotros.
Se trata de otro de los disfraces del azar.
En uno de los Memorial Capablanca, legendario torneo celebrado en La Habana, el comentador Ludek Pachman explicó por qué una competencia tan pareja se desequilibró a favor de Korchnoi: "Cuando los participantes están todos al mismo nivel, siempre se necesita suerte para hacerse con el primer puesto, y es un viejo principio, avalado por la experiencia, que en los torneos... o se tiene suerte, o no se la tiene. Es muy raro que la fortuna oscile aquí y allá entre los tableros."
Bueno, sí, pero, si lo pensamos bien, la suerte no se tiene. Es al revés: la suerte nos tiene a nosotros. Pero sólo durante una "racha" más o menos breve. Luego, nos suelta y agarra a otro. Nadie "tiene" suerte. Eso es una presunción vana.
Me gusta la cábala de Ernst Hemingway. Este escritor escribía en los cafés, en una libreta, con un lápiz ordinario y un sacapuntas a mano. Y algo más: una pata de conejo en el bolsillo. Decía que, además de aquellos útiles previsibles en su oficio, para escribir hacía falta buena suerte. Buena suerte era, para él, poder meterse dentro del relato, internarse en lo que escribía. En cambio, la mala suerte era, por ejemplo, que alguien entrara al bar y lo distrajera. O que no diera con las frases justas...
En el ajedrez, y a ritmos rápidos especialmente, sólo podemos analizar las variantes con una profundidad muy limitada. Digamos, 2 jugadas más allá, en las situaciones normales, y 3 o 4 en las encrucijadas críticas. Bueno, esto no está para nada mal: Don Miguel Najdorf confesó que ése era su nivel de análisis habitual, y que dejaba un amplísimo margen para la intuición y el riesgo. (Él confiaba en que las buenas jugadas irían "apareciendo" sobre la marcha.) Es muy extenso nuestro lado ciego en el ajedrez, esa zona que no podemos ver, que escapa a nuestro campo visual. Y me apresuro en subrayar que no sólo es una limitación humana: a las "máquinas" también les ocurre. Deben "podar" el árbol de búsqueda. Desechar posibles variantes, descartarlas de antemano. Esas ramas podadas, y las incontables sub-ramas que se ramifican más allá del "horizonte" (el límite de profundidad de análisis), constituyen el gigantesco lado negro de los motores.
No sé si es verdad que existen tantas partidas posibles como átomos hay en nuestra galaxia... Pero sí es cierto que, son tantas, que para humanos y máquinas cuentan como una infinidad. ¿A qué voy con esto?
A lo siguiente: En la partida de ajedrez, nos "quedan" posiciones buenas o malas. Es lo más común: desembocar en una situación imprevista, mejor dicho: imprevisible. Una posición que estaba oculta en el Lado Ciego. Y, ¡oh casualidad! esa situación, de pronto, nos es favorable o desfavorable. Por ejemplo: vamos a parar a un final de alfiles, y resulta que los peones del rival han quedado en casillas del mismo color que el nuestro, mientras que los peones propios están a salvo. ¿Hemos entrevisto esa ventaja N jugadas antes? No, admitámoslo. O bien, descubrimos que los posibles saltos del caballo rival, ¡vaya coincidencia malévola!, caen todos sobre los peones aislados de nuestra caótica estructura...
Ya oigo las objeciones: "Yo, ayer nomás, vi de lejos que el final me sería favorable, así que cambié piezas y... El mérito es mío, no fue buena suerte." Por supuesto que eso también ocurre. Lo que digo es que, ver algo, o entreverlo, nos imposibilita de ver otra cosa. Si vemos algo, es que somos ciegos a otra cosa. Algo siempre se nos escapa. Es como esa Ley de Murphy que dice: "Para limpiar algo, hay que ensuciar otra cosa."
Sí, muchas veces nos "quedan" posiciones ganadoras o perdedoras. Lo mismo le pasa a Rybka... Claro está, después de la partida entre humanos, el ganador se atribuirá haber visto, de lejos, estas presuntas casualidades. No sólo eso: se adjudicará el mérito de haberlas generado él mismo. Sí claro: nos habla un dios omnisciente.
Por todo lo dicho, habría que calcular cuál es el verdadero margen de azar en el ajedrez. Los espíritus burgueses sostienen que ninguno o casi cero. Para ellos, como dije el otro día, todo es "mérito" o "culpa" del jugador (sí, en singular, como si jugara solo). No. El cálculo debe hacerse en función del Lado Ciego. ¿Cuál es la proporción entre la zona ajena a nuestro campo visual y aquella que cae en él? Si digo 50/50, sólo me ganaré tomatazos y abucheos. Así que reduzcamos el porcentaje a la mitad: un %25 de azar.
Corolario: los buenos jugadores no son los que ven más, sino los que saben contrarrestar mejor los malos efectos del azar, así como potenciar los golpes de buena fortuna. Los buenos jugadores no siempre tienen suerte (Capablanca): a veces tienen mala suerte, ¡pero saben disimularlo!
Igual que en el póquer.
Una vez le preguntaron a Carlsen qué piensa cuando hace aquellas jugadas que lo caracterizan, ésas con que suele ganar. Dijo que no puede explicarlo. Que sólo hace jugadas que le gustan, que le parecen buenas. No tiene muy en claro en qué radica la fuerza de esas jugadas, ni durante ni después del juego. Está claro que Carlsen podría ser un gran jugador de póquer. Y (para terminar con este asunto) señalo un detalle curioso: no es para nada raro que los jugadores de ajedrez sean también tahúres. ¿No han notado que en los clubes de ajedrez hay mesas también para los que se "pasan" a las cartas? Alternan blitz con bridge...
Bueno, los dejo. Me tengo que ir a jugar al truco.
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