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Variaciones Romanas

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Mensaje por saurau Miér Oct 17, 2012 6:12 am

I
No bien asume el mando del Imperio, Tiberio obra con gran moderación. Se muestra tan sabio y tolerante, que nadie extraña al divino Augusto. Pero de pronto su actitud da un vuelco. Desenfrena sorpresivos vicios, el menor de los cuales es la bebida, y el mayor, parece, el ejercicio diario de la pederastía. Convierte el Palacio en un antro de orgías (o en una guardería infantil, a decir por la edad de sus amantes); da libre curso, además, a su codicia y a su sadismo, rapiñando fortunas ajenas e inventando nuevas torturas. No se sabe cómo muere, si asfixiado o envenenado; como sea, tras su muerte no es deificado. Sube Calígula. Durante los primeros seis meses de gobierno, colma a Roma de atenciones y larguezas, y su piedad es tal, que todos presienten largos años de prosperidad y justicia. Craso error. De golpe, el césar actúa como un psicópata. Mata a su hijo adoptivo, a su abuela Antonia y a su primo hermano. Fornica con sus propias hermanas y se las pasa luego a sus compadres; y como aún su lascivia no se alivia, usa también a las esposas de los senadores —ante la vista de éstos— e incluso a las Vírgenes Vestales, que son (eran) sagradas. Roba y aniquila a multitudes; desea pestes, incendios y terremotos; nombra cónsul a su caballo: todo así hasta que repentinas e imprevistas espadas lo despachan un mediodía de enero. No hay deificación. Cuando asciende al poder Nerón, actúa con buen tino y clemencia. Aligera los impuestos, promueve las artes y el deporte, gratifica al pueblo con repartos de granos y pingües sestercios. Cinco años después, sin embargo, su mesura se trastoca. Mata a su madre —a la que antes ha pretendido violar—, a su tía y a dos esposas, estando una de ellas embarazada. Inaugura la persecución de los cristianos, corrompe juventudes enteras en interminables banquetes —llega a castrar a un púber para hacerlo su mujer— y arroja a las cloacas a inocentes transeúntes. Declarado enemigo público por el Senado, se suicida y no es deificado. Le sucede Galba. Comienza su mandato con sencillez y humildad, considerándose a sí mismo un mero legado del pueblo romano. Al poco tiempo, por desgracia, abandona este título por el más ambicioso de César y en adelante deshonra al gobierno poniéndolo en manos de facinerosos. Destruye, por otra parte, a incontables personas y familias, y él, como en su ley, termina acuchillado en el Foro. Su cadáver es decapitado y no hay deificación. Llegado el turno de Vitelio, augura éste una época dorada al castigar a los asesinos de Galba con valerosa rectitud, pero de la noche a la mañana esta línea de conducta muta. Se nombra cónsul a perpetuidad, da muestras de una gula y una lujuria vergonzosas, asesina a éste y a aquél porque sí y le prende fuego al templo de Júpiter. Como remate, mata a su madre, a lo Nerón. Termina lacerado en las Gemonias y arrastrado con el gancho hasta el Tíber, sin ser deificado. Saltemos a Domiciano, el último de los Césares, aunque no el último de los ocupantes del trono (siempre habrá un ocupante del trono). Inicia su reinado dando testimonio de integridad y compostura. Por ejemplo, reconstruye la incendiada Roma y modera el caos imperial. Muy bien. Pero entonces, con gesto ausente, como quien celebra un ritual que le preexiste y que le sobrevivirá, se lanza a toda clase de infamias. Asesina a nobles y a plebeyos por igual, por motivos tan nimios como el de hacer bromas. Expulsa a los filósofos y a los matemáticos. Persigue, además de a los cristianos, a los judíos; roba, traiciona e introduce innovaciones en materia de caprichos y tormentos. Rutinario también es su final, cuando una conspiración lo barre del mapa. Como ordena el rito, tampoco hay deificación.
II
Nadie adquirió tanta supremacía ni se encumbró tan alto en el poder como el romano Claudio César Nerón. Proclamado emperador nada menos que por la Guardia Pretoriana, en cuanto asumió el mando tuvo a Roma echada a sus pies, pues contaba con el sumiso apoyo del Senado, de los magistrados, del orden ecuestre y de la plebe. Se le rindieron todos los honores, entre ellos el otorgamiento de cuatro consulados y la designación del mes de abril con el nombre de «Neróneo». Gozando de impunidad total, hizo de su gobierno una verdadera orgía privada, en la que sus caprichos, infinitos y grotescos, rebasaron todo límite humano. Desterró, usó, arruinó y liquidó a quienes y a cuantos quiso, sin respetar siquiera lazos familiares ni intereses de clase. Sus deseos desconocían la noción más elemental de la palabra frustración, y bastaba que él los formulara para que la realidad, el mundo entero, se amoldaran de inmediato a los fluctuantes contornos de su arbitrariedad. Respecto a su riqueza, podemos hacernos una idea de cuánto poseía diciendo que el fisco y sus bolsillos eran sinónimos. Llegó a gastar ochocientos mil sestercios al día, la mayor parte en el juego y demás vicios, y supo rifar entre sus amigotes y compañeros de libertinaje fortunas enteras, no siempre ajenas. Abusaba del oro y de la plata, construyendo incluso con tales metales sus redes de pescar y las herraduras de sus caballos. Sus mansiones podían ser confundidas con ciudades; sus piscinas, con lagos; sus jardines, con valles y bosques. Como es natural, tenía a su entera disposición un montón de tribunos, libertos, escoltas, legiones y cohortes completas, harenes de doncellas —o de jovencitos afeminados— y, como se dijo, el patrimonio del estado, que saqueaba a dos manos sin que nadie lo detuviera. Según Suetonio, «no llevó nunca dos veces el mismo vestido», y para celebrar su poderío, se alzó una estatua suya de ciento veinte pies de alto. Jactándose de la omnipotencia de su señorío, exclamó —tocado con su corona de laureles— que ningún príncipe había sabido hasta entonces lo que le estaba permitido. Por desgracia, sus magníficos días acabaron poco después de cumplir los treinta años, cuando él mismo se atravesó el cuello con un puñal.
III
Roma, 24 de enero de 41 d.C. Tarde soleada. Luego de años de hambre, corrupción y espanto; de destierros y asesinatos inmotivados; de torturas, ultrajes y abusos de todo tipo; de suba incesante de los impuestos y saqueos sorpresivos; de profanación de los templos y destrucción del legado griego; de megalomanía, extravagancia e impune violación de niños y señoras respetables, costaba creer que Calígula, responsable de toda esa barbarie, por fin había muerto. En una época tan amarga, acostumbrado cada cual a lo peor, había que ser ingenuo para aceptar la inconcebible idea de que la pesadilla había terminado. Pero el hecho es que por las calles de todo el imperio corrió la voz de que, en efecto, aquel monstruo había sido asesinado al mediodía, acuchillado o espadeado, víctima de una conspiración. Entre los posibles conjurados —proseguía el rumor— estarían, además de los oficiales de guardia que empuñaron las armas, varios senadores y cortesanos de renombre, como por ejemplo los tribunos Casio Querea y Cornelio Sabino. Tal era lo que se oía en todas partes. Y era verdad. En esos momentos, de hecho, el cadáver de Gayo Julio César, el ajusticiado tirano, era llevado a los Jardines de Lamia y quemado en una pira hecha a las apuradas; y el trono, desocupado a la fuerza, era ahora de Claudio, hombre probo, por lo que ya no había nada más que temer. Y sin embargo, no hubo más que escepticismo al respecto. Es que la gente, como quedó dicho, no daba crédito a la noticia por ser ésta demasiado buena. Sueños como ése no se cumplen jamás, conque la información que circulaba no podía ser sino pura habladuría. Algunos sospecharon, incluso, que se trataba de una patraña orquestada por el propio emperador —que estaría vivo pero oculto en su palacio—, a fin de mortificar aún más a los pobres romanos. Otros, en cambio, opinaron que la presunta novedad no era más que una petición de deseo, la expresión de un ideal inalcanzable... Por esta razón, en vez de festejar con bailes y banquetes tan dichoso suceso, la desencantada población se desentendió por completo del asunto. Lo relegó al olvido. Es más: con tanta incredulidad y suspicacia fue recibido el anuncio de que a «Calígula» lo habían liquidado, que la realidad siguió igual que antes, como si nada hubiera cambiado. Los crímenes y atropellos no cesaron. Las traiciones y los arrebatos de locura continuaron en alza. La injusticia y la mentira florecieron.

FIN
Escribí estos textos hace más de 10 años, después de leer la Vida de los 12 Césares, de Suetonio, en la traducción de Gredos. De ahí un poco el estilo anticuado... Los datos los extraje de aquí y de allá (¡tengo la Historia Universal de Cantú!). Recomiendo la lectura de la Historia Romana: es de actualidad. Chau

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Mensaje por luislanus Jue Oct 18, 2012 3:11 am

osea segun comprendo argentino es neron akakakakkakaaka
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Mensaje por saurau Jue Oct 18, 2012 6:01 am

Colgué eso, Luis, porque ARGENTINO me preguntó si podía leer otras cosas mías además de las boludeces con que saturo el foro (no lo dijo así, claro). Como he demostrado, también escribo otra clase de boludeces. Bueno, escribía, tiempo pasado. Ya no. Ahora tengo que pelear por el mango. Hay un agente español que supuestamente me iba a salvar, pero... Eso sólo ocurre en las películas.

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Mensaje por luislanus Vie Oct 19, 2012 2:47 am

no pierdas la fe amigazo ya llegara
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Mensaje por ARGENTINO Vie Oct 19, 2012 3:49 am

Antes que nada quiero felicitarte, me gusto.
Por otra parte no quize decirte que saturas el foro, sino que me gustaba la forma en que escribias.
Historia Universal de Cantú? Unos cuantos morlacos esta eh? que la disfrutes y te de inspiracion para seguir.

Saludossssssss
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Mensaje por saurau Vie Oct 19, 2012 6:37 am

La Historia Universal de Cesare Cantú, en 11 tomos muy, muy pesados (les juro que llevaría toda una vida leerlos enteros), era de mi abuelo. Como él había estudiado para rabino, allá en Ucrania, y aunque después se hizo ateo, le gustaba mucho Cantú, porque remontaba toda la historia hasta... el Génesis. Es por eso que Borges y Bioy se burlaban de esa enciclopedia. Sin embargo, el estilo del historiador italiano es muy borgeano. No, no sé lo que cuesta ahora. No creo que mucho: los libros como éstos sólo juntan polvo en la actualidad...

PD: Sólo bromeaba, ARGENTINO, no lo dije en serio...

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