En el menú de hoy, Pablo Morfi
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En el menú de hoy, Pablo Morfi
Con seguridad, todos habrán oído hablar de Pablo Morfi (USA, 1837-1884) como uno de los más grandes ajedrecistas de todos los tiempos. Sólo que en su caso, como se verá, el calificativo «grande» se presta a equívoco. Resulta que si Mihail Tal, como es leyenda, intimidaba a sus adversarios con su peculiar expresión demoníaca, Morfi hacía otro tanto pero valiéndose de salvajismos mucho más concretos, consistentes todos en convertir cada encuentro ajedrecístico en un eslabón más de la implacable cadena alimenticia a que estamos sujetos en tanto animales. Para él, sus jugadas equivalían a dentelladas, y veía a las casillas del tablero como 64 platitos dispuestos para su provecho, a la manera de la cocina china.
Como muestra de su voraz estilo, acá va una partida... para chuparse los dedos:
Pablo Morfi Vs. J. J. Loewenthal
Grand Prix Gordos Anónimos, 1850
La dama está defendida por el caballo, detalle que al rey blanco no parece importarle demasiado. La primera reacción de Loewenthal ante este sorprendente falta de empacho, fue lanzar una aristocrática exclamación de pasmo, pero en cuanto recobró el aliento y entendió lo que ocurría, llamó sin más al árbitro del torneo, con la indignada intención de denunciar la irregularidad cometida y adjudicarse así el punto en disputa. No hizo a tiempo, por desgracia. Morfi, cuyo rey, mientras tanto, había seguido consumiendo piezas sin esperar turno, una tras otra sin parar y no haciéndole asco ni siquiera a los peones propios, levantó del tablero unos ojos destellantes de avidez, porcinos, insaciables, y al clavarlos en el cuerpo de su oponente (a la vez que se relamía los labios), éste vislumbró riesgos de inminente canibalismo, lo cual bastó para hacerle ofrecer tablas y luego, ay, su rendición incondicional. Fue así que se decretó el 1 a 0 a favor de las blancas.
¡Así eran los triunfos del inolvidable, inmenso Pablo Morfi! Tras su penosa muerte, tres tumbas debieron cavarse para poder dar sepultura a su cadáver, tan rechoncho lo había dejado su desaforado estilo. Moraleja: ¡No lo hagan en sus casas!
Como muestra de su voraz estilo, acá va una partida... para chuparse los dedos:
Pablo Morfi Vs. J. J. Loewenthal
Grand Prix Gordos Anónimos, 1850
La dama está defendida por el caballo, detalle que al rey blanco no parece importarle demasiado. La primera reacción de Loewenthal ante este sorprendente falta de empacho, fue lanzar una aristocrática exclamación de pasmo, pero en cuanto recobró el aliento y entendió lo que ocurría, llamó sin más al árbitro del torneo, con la indignada intención de denunciar la irregularidad cometida y adjudicarse así el punto en disputa. No hizo a tiempo, por desgracia. Morfi, cuyo rey, mientras tanto, había seguido consumiendo piezas sin esperar turno, una tras otra sin parar y no haciéndole asco ni siquiera a los peones propios, levantó del tablero unos ojos destellantes de avidez, porcinos, insaciables, y al clavarlos en el cuerpo de su oponente (a la vez que se relamía los labios), éste vislumbró riesgos de inminente canibalismo, lo cual bastó para hacerle ofrecer tablas y luego, ay, su rendición incondicional. Fue así que se decretó el 1 a 0 a favor de las blancas.
¡Así eran los triunfos del inolvidable, inmenso Pablo Morfi! Tras su penosa muerte, tres tumbas debieron cavarse para poder dar sepultura a su cadáver, tan rechoncho lo había dejado su desaforado estilo. Moraleja: ¡No lo hagan en sus casas!
saurau- Cantidad de envíos : 488
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